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PALCO 17

NI LA SOMBRA DE BIKANDI...

Pedro Luis Gómez

Martes, 21 de febrero 2017, 06:12

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Necesitaba ganar el Málaga. Romero necesitaba la victoria. La afición necesitaba el triunfo. Pocas veces la confluencia de tanta necesidad se había dado en La Rosaleda, en una noche extraña en la que la sombra de Bikandi planeó durante buena parte del encuentro, porque el murciano Sánchez Martínez fue mucho más meticuloso con los malaguistas que con los canarios, pero esta vez era tan grande la necesidad que había de los tres puntos que ni siquiera el colegiado pudo evitarlo, aunque si perjudicó a alguien, sin duda, fue al Málaga.

Los comienzos no pudieron ser más duros. Una falta que pudo (o no) ser fue ejecutada por Lemos con su habitual estilo, algo que al parecer sólo ignoraban los defensores y el meta locales. Mala cosa, pero la diosa fortuna, que tantas veces lleva siendo esquiva con lo blanquiazul esta temporada, se alió y en una extraña jugada, Pablo, recuperado para la gloria malacitana merced a su nueva ubicación (en el haber de 'Gato'), conseguía con un centro-chut empatar.

Se jugaba en una franja muy estrecha del campo, con las dos defensas muy adelantadas. Quien fuese más pillo, tuviese más velocidad y evitara el fuera de juego, se llevaría el partido. Y apareció Keko, el mejor anoche, y se fue por fuerza y por ganas, dio un pase medido y Charles machacó a gol. El Málaga ponía de cara un encuentro en el que en los primeros minutos tras el descanso uno y otro pudieron marcar de nuevo, pero allí estaban los postes. El Málaga sabía lo que hacía hasta que... pues eso, que José Rodríguez se ganó la segunda amarilla, que a lo mejor a otro se la perdonan, pero a uno del Málaga no, y nos quedamos con 10 a falta de 20 minutos. Mucho tiempo para tanta inferioridad, pero entonces apareció la versión más aplatanada de la U. D. Las Palmas, equipo muy del gusto radiofónico pero que está reñido con la verticalidad, y se ahogó en pases y más pases horizontales hasta que llegó el final. Muy pocos apostaban por la victoria malacitana, pero era tan necesaria que ni la sombra de Bikandi pudo evitarla.

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