Malaga CF

las cosas de cañete

Suspiros de Málaga

Un corto y por derecho, vamos de apuntes. Uno: el más importante, el suspirazo de los miles de malaguistas al final. Después del miedo, angustia, preocupación, tensión y el sinvivir del segundo tiempo, cuando Sánchez Martínez señaló el final, expresión de alivio total. Suspiros de Málaga. Dos: Keko, el más destacado de los veintitantos, dijo «Zape» a los que dudaban de su calidad antes de la lesión. Tres: los canarios, ‘ni pío’. Cuatro: 10 puntos de separación entre el club boquerón y los semihundidos en la clasificación. Cinco: los que a Romero le apodaron gato se basarían en alguna evidencia. En el día mundial de estos felinos, el míster del Málaga justificó la celebración. Seis: a Demichelis lo obligaron a marcharse. Desde el pasado verano, cuando se ofreció, ‘por viejo’, tampoco lo querían en La Rosaleda. El argentino-malagueño, porque sabe, puede y quiere, vuelve a ser líder en el equipo.

Siete: Kameni, en los saques, cada día peor. A los aficionados se los pone de corbata. El balón no, precisamente. Ocho: con un ambiente electrizante, el economista murciano Sánchez Martínez cumplió adecuadamente. Nueve: la defensa de Las Palmas, una tómbola similar a la que el Málaga tenía no hace mucho. Diez: a pesar del cemento, en La Rosaleda hace un par de años que floreció una planta, Rosales. Once: las estadísticas, a la porra. Ya no se va a repetir que los blanquiazules no ganaban desde el 26 de noviembre del año pasado. Doce: a Camacho, el capitán, sólo hay que recordarle que por la boca muere el pez. Y trece: ni un malagueño en la formación. Voy a continuar preguntando por Ontiveros hasta que dejen de ningunear a este excelente futbolista de la tierra.

El verbo ‘magnificar’ suelen conjugarlo los aficionados al fútbol para sobrevalorar a determinados jugadores. La frase se repite: «Si fulano se lo hubiera propuesto…». A continuación surgen las inoportunas comparaciones, especialmente entre futbolistas de distintas etapas. Hay rara unanimidad a la hora de justificar a determinados deportistas, que, renunciando a excelentes cualidades para triunfar, se quedan a mitad de camino. A modo de muletilla, los defensores del fracasado suelen comentar: «Eran otros tiempos…». Hace un par de semanas, en una charla futbolera salió a colación el nombre de Alsúa II. Un tipo curioso e indisciplinado al que vi jugar un par de veces. No olvido la segunda. Los que lo conocían y estaban al tanto de su carrera coincidían en que podía haber sido una auténtica figura en el fútbol español. Di Stéfano, compañero en el Real Madrid, declaró varias veces que Rafael Alsúa era una maravilla. La opinión generalizada apunta que con su carácter autoritario y difícil no le permitió el reposo necesario para triunfar. Militó en muchos clubes: Oviedo, Real Sociedad, Jaen, Racing, en tres etapas, Osasuna, Real Madrid… No duró mucho en el club ‘merengue’. Se peleó con el mismísimo don Santiago Bernabéu y a la calle. En otra ocasión, después de marcarle un golazo al portero del Barça, Ramallets, le hizo varios cortes de manga.

La anécdota que voy a relatar la viví en La Rosaleda, en un Málaga-Santander. El conjunto cántabro, a dos jornadas del final, matemáticamente estaba descendido a Segunda. De aquel encuentro, que terminó con goleada malaguista, recuerdo una jugada de ataque del conjunto visitante, ante la portería de Fondo, en la que el extremo derecha, al centrar, envió el balón a las nubes. Alsúa, que se había incorporado para rematar, al ver cómo se elevaba la pelota, se paró en seco, hizo un gesto como si tuviera una escopeta al hombro, disparando arriba, al balón… Enseguida se produjo una bronca entre su compañero y él. Más adelante supe que el propio Alsúa había simulado otros disparos en un campo de fútbol, en Oviedo. Lo peor aún es que en aquella ocasión apuntó al público. La que se armó dio la vuelta a España. Para colmo, en aquel Málaga-Racing, el meta Ortega –de poblado bigote– se sentó junto a un poste en el césped, tras encajar uno de los goles, mientras sus compañeros sacaban del centro, con gesto de aburrimiento. Un modelito de equipo y compañerismo. Para no olvidar...

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