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Lunes, 29 de enero 2018, 07:55
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Afinales de esta semana se celebra la entrega de los Premios Goya y, como siempre, ahí estará un grandísimo malaguista: Antonio de la Torre. No quiero ser injusto con el resto de los paisanos que van a tener protagonismo en esa gala (ojalá que mucho), pero ver a un amigo otro año más aspirando no a uno sino a dos 'cabezones', en categorías distintas y en registros tan opuestos, es para sentirse orgulloso. Pensaba ayer por la mañana en él, que me llamó muy preocupado desde Rusia días antes del partido del ascenso frente al Tenerife -«tío, dime que vamos a subir, que yo me quede más tranquilo»-, y pensaba en su esfuerzo, en su convicción, en su mentalidad y en sus ideas claras (porque la calidad la llevaba de serie) para abrirse paso primero y para consolidarse después en lo que es, ese actor con mayúsculas que todos los años está ahí, entre los mejores. Pensaba en él porque su Málaga y el mío es precisamente todo lo contrario. Y por eso no se ha consolidado entre los mejores precisamente cuando la Liga pasa a la alta velocidad gracias a los derechos televisivos. Es un club que carece de ideas claras (porque nadie manda) y eso ha desembocado en que el primer equipo carezca de esfuerzo, de convicción y de mentalidad, armas necesarias para contrarrestar la escasa calidad. Desgraciadamente no lo digo ahora, porque lo advertí el último 13 de marzo. Repito: sobra comodidad en el vestuario y sumisión a los futbolistas (tanta pleitesía pasa factura), muchos de estos no tienen ambición (el 'hambre' que muestra el Leganés, por ejemplo), abunda la tontería (porque el poder siempre lo tienen ellos, no el entrenador de turno) y no existe liderazgo. No sé si volverá a sonar la flauta este año porque está francamente difícil, pero confío en que mi consejo no caiga otra vez en saco roto. En junio toca renovar la plantilla. Dije entonces y he reiterado durante toda esta temporada que el equipo está justito de calidad de verdad, pero conviene no engañarse: faltan muchísimas más cosas. Por eso, recordando aquella película que encumbró a Antonio de la Torre, el panorama está azul muy oscuro, casi negro.
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