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JOAQUÍN MARÍN D.
Jueves, 4 de enero 2018, 07:33
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Ocurre que el avance del tiempo suele quebrar relaciones. O al menos, deteriorarlas. Coger un año natural como referencia es tan desacertado como apostar por cualquier otra medida de tiempo: una temporada deportiva, un mes, un verano, un invierno. Así que será igual de válido también. Acaba de empezar 2018 y podemos decir que 2017 terminó mal en todo lo relativo al Málaga, salvo quizá en lo que respecta a las cuentas, pero para eso hay que ser muy confiado o directamente un iluso, que también vale. El caso es que tenemos un equipo mal planificado, mal gestionado y mal ejecutado, con partes alícuotas de culpa más repartidas que las pedreas del sorteo de Navidad. Aquí no se salva nadie, salvo la afición, que demasiado aguanta y mucho traga, porque su interés es el menos interesado de todos: puro amor a los colores y a lo que representan. Por eso ha dado una nueva lección con la segunda mayor cifra histórica de abonos despachados. El hartazgo con el que nos hemos plantado en diciembre después de un 2017 calamitoso ha sido tremendo. Un año para olvidar entero, quizá salvo los últimos partidos de la temporada pasada, que empezó con la deserción de Juande Ramos y acabó con la del jeque, que no aparece por las oficinas desde hace meses ya. Será una variante futbolera del 'síndrome de Estocolmo', pero cuanto más te hace sufrir tu equipo más lo quieres y más a su lado estás. Esperando como todo pago un gol o un triunfo que te hagan echar mejor el domingo y hasta salir de casa con otra actitud. Por esto, por no contaminar este recién nacido 2018, hágase una tregua de enero, todo renovado, esperemos que también el Málaga, a ver si remonta. Ahí estaremos deseando gritar un gol.
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